sábado, 4 de febrero de 2012

Y Cristo, enterrado fue en Sevilla

Un palio único y singular. Sencillo, especial y con mucho sabor. Sobre él va una Virgen con ráfaga, con dos eternos testigos de su dolor, y con una luz que ilumina al mundo.

La Virgen de los Dolores lleva en su regazo al fruto de su vientre. Muerto, inerte. Tranquila, Madre, que ya todo acabó. Y no te sientas sola ni triste, que al tecer día resucitará de entre los muertos.

Ella es la alegría de la jornada. Es el tintineo de las bambalinas con el metal de los varales. Es la dulzura, la belleza y la perfección. Ante Ella, su Hijo va muerto. Cinco Llagas, de su corazón, que clavado va durmiendo, entre incienso de oración.

Sevilla es el sepulcro donde descansa Jesucristo. San Gregorio, el templo donde es venerado. Es Sábado Santo, y María de Villaviciosa derrama las últimas lágrimas de la pasión.

Tras su apariencia madura, se esconde una Virgen niña. En sus ojos hinchados está la inocencia y la juventud marchitada. Con la Cruz a sus espaldas y un sudario que, como una bandera, es agitado por el viento, se aleja María. La Soledad de Sevilla.

Sergio Marchal.